jueves, 29 de julio de 2010

LITERATURA / CUENTOS / Sabrina y otros

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NUEVOS LIBROS
Título: Sabrina y otros cuentos
Autor: Juan Revelo
Nota de prensa de Enrique Santos Molano

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Sabrina

Por Enrique Santos Molano

Columnista de El Tiempo (*)

Tengo en mi lista de obras de autores colombianos, leídas en los últimos tres meses, una decena de títulos de gran calidad. He pasado con ellos horas de deleite, por lo bien escritos, con amenidad, sin alambicamientos de estilo, que abordan temas del mayor interés. Me propongo comentarlos, poco a poco, y empezaré con los cuentos de Juan Revelo.

Juan Revelo Revelo, es narrador que vino al mundo con la destreza para relatar historias incorporada en su cerebro. En el año 2000 participé como jurado en el Concurso Anual de Cuento Ciudad de Barrancabermeja. Llegaron más de cuatrocientos cuentos. Uno de ellos me pareció excepcionalmente bueno; otros, muy buenos; otros, buenos, y muchos, regulares. El cuento que consideré excepcionalmente bueno se titulaba 'El baúl'.

Mis otros dos compañeros de jurado eran nadie menos que dos escritores y críticos de marca mayor, Enrique Serrano y Augusto Mesa. Enrique dijo que en su opinión había un cuento 'excelente' al que debíamos premiar con o sin discusión, y puso sobre la mesa 'El baúl'. Augusto Mesa sonrió y sacó 'El baúl'. Y yo hice lo mismo. Dentro de ese baúl había un tesoro literario. Después, en la ceremonia de anuncio de los premios, se abrió el respectivo sobre (no recuerdo el seudónimo) y se dio a conocer el nombre del autor: Juan Revelo Revelo. Lo conocí unos meses adelante en Bogotá, en la Biblioteca Nacional. Él acababa de regresar de México y me contó muy ufano que su cuento 'El baúl' se había ganado el Premio Ciudad de Barrancabermeja. Me abstuve de 'contarle' que yo fui uno de los jurados, y lo felicité. El cuento se convirtió en una excelente novela 'thriller', 'El baúl de Mercedes Saluzo'.  Juan Revelo es autor de más de diez volúmenes, entre novelas, cuentos y poesía.

"Sabrina y otros cuentos", su más reciente libro, mereció un elogio analítico de Carlos Monsiváis, hecho pocos días antes de su muerte imperdonable. "Un buen libro de cuentos -dice el célebre crítico mexicano-. Uno de los mejores que he leído en la última década".
Pues, bueno, eso dicho por alguien tan parco en alabar se puede tasar en oro; pero los cuentos de Juan Revelo en 'Sabrina' no son buenos porque lo diga Monsiváis, sino que Monsiváis lo dice porque los encontró excelentes.


(*) Tomado de EL TIEMPO, periódico colombiano. Con autorización del autor.



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LITERATURA
Nuevos libros
Título: Sabrina y otros cuentos
Carta de Carlos Monsiváis

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Carta escrita por
Carlos Monsiváis al autor de Sabrina

"Uno de los mejores libros que he leido en la última década"

Estimado Juan Revelo:

Este resumen recoge algunos de los apuntes que hice al leer “Sabrina”, tu nuevo libro. Cuando tenga un poco más de tiempo y me sienta mejor, te mandaré mis comentarios ampliados. Me gustaron varios cuentos; por ejemplo: “Jaque mate”, que describe a los políticos corruptos que saquean las arcas del Estado, y a los gobernantes autoritarios, que envanecidos por el poder, cometen descomunales atropellos históricos.


También me parecieron interesantes los cuentos en donde el narrador se desdobla y se convierte en personaje como en “La esquina”, que tiene una novedosa y moderna forma de mantener el suspenso, igual al manejo narrativo que le das a “Nóisuli”.

“El volcán” me recordó una vivencia que escuché en uno de mis viajes a Colombia, relacionada con el presentimiento que alguien tuvo antes de que ocurriera la devastación de Armero, y me hizo pensar sobre la poderosa interrelación que a veces existe entre las premoniciones y algunos sueños como le sucede a uno de los personajes de “Llamada al amanecer” que es otro de los cuentos bien narrados.

Entre los textos largos, me gustó “El sueño”, con vivencias parapsicológicas fascinantes, en especial las derivadas de los sueños revelatorios; y por otro lado, “Sabrina”, con buena dosis de análisis sobre la forma de pensar de la oligarquía latinoamericana. Además, bien lograda la descripción que haces del país, como trasfondo de la historia principal, y muy bien escrita la tensión narrativa “in crescendo”.

Pero en una selección más cerrada, tal vez me quedo con tres cuentos cortos y tres largos: “El atleta”, “El túnel” y “Nóisuli”, por un lado; y por el otro, “Llamada al amanecer”, “Libreta de teléfonos” y “Los alpinistas”. Este último con un desenlace misterioso, que invita a pensar si lo que allí se lee es una metáfora del narrador, una revelación, o una proyección del deseo de la protagonista que no se resigna a perder a su amado en los oscuros laberintos de la eternidad.

En resumen: Un buen libro de cuentos. Uno de los mejores que he leido en la última década. ¡Buena suerte con ellos, amigo! 
Saludo afectuoso,

Carlos Monsiváis

Cuernavaca, México, enero de 2010

 
NOTA: Cuando el libro “Sabrina” se encontraba en edición, el escritor, periodista y ensayista Carlos Monsiváis falleció en Ciudad de México a la edad de 72 años.


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LITERATURA
Nuevos libros
Título: Sabrina y otros cuentos
Reseña de Carlos Vásquez - Zawadski

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Sabrina
Todo un arte de contar 

"Juan Revelo, construye desde un sólido saber - hacer siempre creativo y preciso, como el relojero del que hablara García Márquez, una obra magnífica que constituye un aporte importante para las letras de Colombia e Iberoamérica".

Por Carlos Vásquez - Zawadski

(Fragmento)

Un nuevo libro de cuentos del escritor colombiano Juan Revelo Revelo, viene a aportar significativa y literariamente a nuestra “República de las Letras”. En efecto, “Sabrina y otros cuentos”, abraza tres décadas de estética y paciente elaboración narrativa: Sabrina, fechado en Buenos Aires, verano de 1971; El sueño, en la Habana, mayo de 1976; El baúl, Premio Nacional de Cuento "Ciudad de Barrancabermeja", en el año 2000; La importancia de llamarse Domingo, Premio Nacional de Cuento Corto, en 2002, y El túnel, escrito en Bogotá, agosto de 2008. [...]

Encontramos en este libro, historias con narradores tradicionales, en la perspectiva del canon establecido por Maupassant y sus sucesores, y también narradores omniscientes (como lo proponía Flaubert) desde la concepción discurso-narrativa de su Madame Bovary [...].

Juan Revelo, construye para la mayoría de las historias aquí publicadas, narradores y nuevas formas de contar esas historias. De Borges a Rulfo (para la prosa) y de Aurelio Arturo a Octavio Paz (para la poesía), a cuya memoria dedica este volúmen de cuentos, Revelo elabora una perspectiva contemporánea y moderna, un saber - hacer distinto al orden canónico establecido desde la segunda mitad del siglo XIX (aún vigente en muchos escritores latinoamericanos), y un orden narrativo con otro significado.

Aquí en “Sabrina”, descubrimos narradores cuyas estrategias narrativas, resignifican, reimaginan o reinventan, desde la perspectiva del relato, temporalidades y secuencialidades en las que se cuentan las historias. Todo un arte de contar [...].

En esta perspectiva, y podríamos afirmarlo de manera estética, el autor, elabora, confecciona (como un tejido de conflictos, situaciones y personajes) una tipología paradigmática de relatos. A saber, entre otros de excelente factura estética: “Nóisuli”, “Los alpinistas”, “Llamada al amanecer”, “Jaque mate”,  “El baúl” , “Sabrina” y “El Volcán” [...].

En treinta años de oficio cuentístico, Juan Revelo construye desde un sólido saber - hacer siempre creativo, experimental y preciso, como el relojero del que hablara Gabriel García Márquez, una obra magnífica que constituye un aporte importante en el campo de las letras en Colombia e Iberoamérica.

Cartagena de Indias, mayo de 2010


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LITERATURA
Nuevos libros / Comentarios
Género: Cuento
Reseña de María Teresa Arrázola

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Sabrina y otros cuentos

Escritos con acierto y depurada técnica literaria


Los cuentos del libro “Sabrina”, del escritor Juan Revelo y Revelo, llevan al lector por caminos del suspenso y el desenlace sorpresivo, pero también nos mueven a la reflexión sobre las conductas contradictorias de los seres humanos.

Escritos con gran acierto y depurada técnica literaria, el autor nos induce a leer los relatos de principio a fin. La mayoría de los textos, pertenecen al mundo del suspenso y el misterio; y otros, son relatos fantásticos o realistas, con finales inesperados; todos de excelente factura, que muestran la experiencia y el depurado trabajo del escritor.

La selección de los cuentos fue preparada con los textos que Juan Revelo escribió entre 1971 y 2008, sobre el tema que Heidegger definió como “la última posibilidad del hombre”, tal como lo anota el autor en el epígrafe de “La tragedia”, uno de los magníficos cuentos incluido en este libro. La mayoría de los textos, pertenecen al mundo del suspenso y el misterio; y otros, son relatos fantásticos o realistas, con tono poético y finales inesperados. Seis son cuentos breves, ocho son cortos y cuatro largos; todos de excelente factura, que muestran la experiencia y el depurado trabajo del escritor.

Los cuentos breves que aparecen al comienzo del libro, son ejemplos de textos escritos con maestría, dignos de figurar en las mejores antologías de Colombia y el exterior, así como: “Jaque mate y “El sueño que tienen una aguda crítica a los políticos ambiciosos y corruptos, y a la clase dirigente insensible y voraz.

Estos cuentos y también: “El túnel” (escrito en Bogotá); “El volcán” (Pasto, Colombia); “Llamada al amanecer” (París, Francia); “Los alpinistas” (Denver, Estados Unidos); y el interesantísimo relato “Sabrina” (Buenos Aires, Argentina), que le da título al libro, están escritos con una cuidadosa y elaborada estructura narrativa, igual a la que se aprecia al cuento “El baúl”, ganador del Premio “Ciudad de Barrancabermeja” (2000).

Lector y viajero incansable, Juan Revelo (que vivió y trabajó en Argentina, México, Cuba y Francia, como funcionario de la OIT y de la UNESCO), perfeccionó con sus viajes, sus vivencias y sus lecturas, la capacidad de penetrar en la psicología de los seres humanos, para crear personajes inolvidables que tienen identidad y carácter propios, dando como resultado este magnífico libro de gran calidad literaria. Una importante obra que perdurará en el ámbito cultural latinoamericano por mucho tiempo.

María Teresa Arrázola
Minneapolis, Minnesota, noviembre 2009


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EL ATLETA

(Cuento corto tomado del libro "Sabrina")


Autor: Juan Revelo

    
     Desde el momento en que oyó el disparo de salida, presintió que esa carrera sería la más importante de su vida de atleta. Por eso se esforzó en correr con toda la técnica: Sus piernas y brazos en un accionar muy rápido; concentrada su mente en la optimización de la energía; sincronizada la respiración con el acelerado movimiento de sus pies que avanzaban veloces sobre la pista.

     “Para ser el mejor en una competencia, debes sentir que tus pies vuelan” –le había repetido muchas veces el entrenador–; y esa sensación de vuelo, de velocidad suprema, como si flotara sobre el piso, era la que él percibía en ese instante.
 
     En la primera recta de los cuatrocientos metros, miró hacia el frente. El estadio estaba lleno y el público gritaba emocionado. Advirtió sus miradas y pensó que él era el centro de toda la atención. Entonces, avanzó con mayor ímpetu; pasó a uno, a dos, a tres competidores y se colocó en el primer lugar. La multitud lo aplaudió con entusiasmo y él pensó: “Esta carrera nadie me la quita”.

     Cuando llegó a la curva, oyó el jadeo del corredor que lo seguía, acercándose cada vez más rápido, a punto de alcanzarlo. Sintió que su boca estaba reseca por la fatiga y que su corazón palpitaba con gran intensidad, pero no se rindió; fijó su atención en la meta y aumentó la velocidad hasta donde más pudo, tratando de que el otro no lo rebasara.

     Al sobrepasar la marca de los trescientos metros, volvió a escuchar, en medio de los gritos del público, el jadeo y las pisadas del corredor que venía atrás, emparejándose con él; giró un poco la cabeza para verlo y sintió que le faltaba el aire. Ágil y risueño, con un gesto de superioridad reflejado en las cavidades de sus ojos, el competidor que lo seguía se adelantó un poco; levantó su esquelético brazo y con fulminante rapidez, le dio un fuerte golpe en el pecho. El metal de la afilada guadaña penetró implacable, como si fuera un hierro incandescente. El atleta sintió un agudo dolor debajo de las costillas, y un silencio frío, y una apacible lasitud lo envolvieron por completo, antes de caer al piso.

     Los médicos que lo atendieron en la enfermería del estadio escribieron en el informe: “Murió de un infarto. Lo último que dijo, fue que la muerte, por fin, lo había alcanzado.



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LITERATURA
Género: Cuento
AUTOR: JUAN REVELO REVELO

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EL AUSENTE

     Cuando regresó de su larga ausencia, después de haber vivido en diferentes países en donde conoció a muchas mujeres: rubias y morenas, frías y apasionadas, inteligentes y lerdas, tranquilas e iracundas; se dio cuenta que como Cecilia no había nadie en el mundo; entonces, decidió recuperar los años perdidos y fue a buscarla.

     Al llegar a la ciudad donde vivió su primer noviazgo con ella, comprobó que los años habían pasado muy rápido por las calles, por los parques, por los andenes de las casas, ahora envejecidas. Fue a buscar a sus amigos de juventud que no había vuelto a ver por más de siete lustros, y que en los años mozos lo acompañaron en aventuras y parrandas memorables, y constató que el transcurrir del tiempo también se veía reflejado en la cara, en los cabellos blancos y en el lento caminar de sus amigos que, ahora, estaban jubilados. Les comentó que en su larga permanencia en el exterior, había descubierto que Cecilia era el amor de su vida y que regresaba para proponerle matrimonio, si aún era posible cumplir ese sueño, y les preguntó qué sabían de ella.

     Cuando los amigos terminaron de contarle lo que conocían sobre la vida de Cecilia, comprendió que su deseo de casarse con ella era inalcanzable, y que tendría que resignarse a vivir sólo con sus recuerdos; con la imagen de su hermoso rostro y su gran ternura, y con el “aquí estaré esperándote” que Cecilia le dijo, antes de que él emprendiera el largo viaje.

     “Lástima que regresé muy tarde”, pensó triste y abatido, mientras caminaba bajo una llovizna pertinaz, llevando un ramo de rosas rojas, el día que fue a visitarla al cementerio.


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LITERATURA
Género: Cuento
AUTOR: JUAN REVELO REVELO

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N O Í S U L I

(Cuento tomado del libro "Sabrina")


“El corazón tiene razones que la razón ignora”
Blaise Pascal.


Finale Ligure, Italia, marzo 1996



I
La noche está oscura y el calor es denso. Oigo extrañas pisadas en la arena, pasos nerviosos cerca a la espuma del mar. No veo a nadie. Tal vez son pasos de la gente que espera el barco que nos llevará a Nóisuli, la isla en donde el océano termina en horizontes difusos; en donde algunas preguntas jamás tendrán respuesta.

Se que la travesía en alta mar será larga y difícil pero no tengo miedo. No conozco a ninguna de las personas que irán conmigo en el barco, ni a quienes nos esperan en la isla. Sólo se que voy con la esperanza de encontrar a Fiorella, la joven que desapareció en el naufragio de hace dos años.

II

Ahora estamos en Nóisuli –la pequeña isla que fue descubierta, recientemente, por un grupo de oceanógrafos en la inmensidad del mar–, y por fin comprendemos que no hay ningún sobreviviente en esta isla; que todos los náufragos murieron deslumbrados por el tesoro que encontraron aquí. Lo vemos en los escombros, en las joyas y en las monedas de oro y plata esparcidas en la arena. También en los cráneos blanquecinos, en los huesos rotos, en la ropa destrozada. Parece que hubo mucha violencia. Tal vez la codicia alteró la armonía del grupo y los instigó a enfrentarse unos a otros. También pudo influir (en el desastre final), el aislamiento, la sed y el hambre en estas playas desiertas.

Por los rastros que dejaron, imaginamos que al principio se reunían frente a las hogueras que encendieron con el maderamen del barco en el que naufragaron. Nada se salvó del fuego; ni siquiera la quilla y el casco encallado en los arrecifes. Tampoco el mascarón de proa quedó incólume. Sólo los restos de algunas velas permanecen en la playa, envejecidas por el sol y por el paso del tiempo. ¿Les sirvieron para protegerse de la lluvia? ¿Cubrieron con ellos la desnudez de su ambición y su avaricia y las penurias de su exilio malogrado?

Los esqueletos nos cuentan la historia: Son once. La mayoría tienen huesos fracturados. Da la impresión que hubo agresiones y venganzas violentas. Todos son hombres. Los peritos que viajan con nosotros, así lo dictaminaron después de examinar los restos. Lo extraño es que no hay ningún vestigio tuyo, Fiorella. Tu desaparición es un misterio. Eras la única mujer en la tripulación. Acompañabas a tu padre, el capitán del barco.

Durante varias horas buscamos tus restos entre la osamenta diseminada en la playa. Los peritos y sus ayudantes me acompañaron en esa tarea, pero no encontramos rastros de ti. A la hora del crepúsculo vimos detrás de unas rocas, en el acantilado, otro esqueleto (el doceavo). Alguien dijo que podía ser el tuyo, pero el examen forense indicó que pertenecía a una persona de sexo masculino. Tenía una bala en la sien derecha y un revólver cerca de él. Debe haber sido el último en morir. Tal vez, un desesperado suicida.

III

Amanece temprano en Nóisuli. Son las cuatro y media, y siento frío. Soy el primero en levantarme. Anoche llovió a cántaros y entró mucha agua en mi carpa. No pude dormir por la lluvia y porque estuve pensando en ti.  Al recordarte, Fiorella, me puse nostálgico y se me escaparon las lágrimas. No puedo acostumbrarme a tu ausencia. Dejaste un vacío en mi vida que nadie ha podido llenar. Sigo desconcertado con tu desaparición. ¿Qué pudo haberte pasado?... Nadie lo sabe. Mi mente me dice cosas distintas a lo que siente mi corazón.

Mientras los demás se levantan, decido caminar por la playa hasta llegar a los acantilados que, a esta hora, están cubiertos por la neblina. Tomo asiento en una roca y me pongo a contemplar las olas mansas que se rompen en espuma acariciando la arena, y vuelvo a pensar en ti y en el destino incomprensible que planeó nuestro encuentro. También pienso en el naufragio y en tu inexplicable desaparición. Estoy triste y decepcionado. Mis deseos de formar un hogar contigo se esfumaron; desaparecieron lánguidamente, como desaparece la espuma de este inmenso mar.

Media hora después de estar pensando en estas cosas, recuerdo que hoy emprenderemos el viaje de regreso. Me pongo de pie y voy hacia el barco con la cabeza baja; pensativo y taciturno. Un cangrejo de caparazón rojo, al notar mi presencia, corre veloz y se esconde en su refugio. Me detengo un instante para observar el rastro de sus huellas, y en ese momento escucho nuevas pisadas en la playa. Levanto la vista, y entre la bruma, veo una figura difusa y fantasmal caminando hacia mí. Afino la mirada y con sorpresa, compruebo que eres tú, Fiorella. ¡Mi corazón salta de alega! ¡No puedo creerlo! No sé cómo sobreviviste... Tendré tiempo para preguntarlo… Eres la confirmación de que existen los sucesos portentosos; o quizás, eres la prueba de que en la isla de Nóisuli, algunas ilusiones se vuelven realidad.

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LITERATURA
Género: Cuento
AUTOR: JULIO CORTAZAR

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LA CASA TOMADA


Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la mas ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y como nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejo casarnos. Irene rechazo dos pretendientes sin mayor motivo, a mi se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No se porque tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mi, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mi se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.

Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte mas retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte mas retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo mas estrecho que llevaba a la cocina y el baño.

Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble como se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tire contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.

Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.

-¿Estás seguro?

Asentí.

-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.

Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mi me gustaba ese chaleco.

Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.

-No está aquí.

Y era una cosa mas de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.

Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerza, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.

Irene estaba contenta porque le quedaba mas tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papa, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:

-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?

Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos mas alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)

Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamo la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.

No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían mas fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.

-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.

-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.

-No, nada.

Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.

Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.



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LITERATURA
Género: Cuento
AUTOR: GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


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ESPANTOS DE AGOSTO

[Texto completo]


-Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan.
Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.

Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.

-El más grande -sentenció- fue Ludovico.

Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.

El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.

Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.

Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.

Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.

Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. "Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos". Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

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