LITERATURA
BIOGRAFÍAS
PAÍS: MÉXICO
PAÍS: MÉXICO
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CARLOS MONSIVÁIS
Destacado intelectual mexicano. Escritor, cronista, ensayista y crítico literario. Durante toda su vida apoyó las luchas de las minorías. Escribió más de cuarenta libros y más de quinientos artículos para diversas revistas y periódicos.
Nació en Ciudad de México el 4 de mayo de 1938 y murió en esa misma ciudad, el 19 de junio de 2010, a causa de una fibrosis pulmonar. Estudió Economía y Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México. Gran lector; su amplia cultura le permitió opinar sobre distintos asuntos no sólo de la vida de México, sino de toda Latinoamérica. Fue uno de los escritores e intelectuales más importantes de su país, y se destacó por su capacidad crítica y su agudeza y humor para cuestionar los temas que más afectaban a la vida política, cultural y social de México.
Participó activamente en diversos foros no sólo en su país sino también en diferentes ciudades de Latinoamérica y Europa. Con frecuencia era invitado a las ferias del libro más importantes y en todas las ocasiones sus comentarios dieron lugar a controversia. Su asidua presencia en los medios de comunicación de su país, lo convirtieron en un personaje popular, conocido por toda la gente, y en una voz con autoridad para cuestionar los errores de los diferentes gobiernos que ascendieron al poder desde los años setenta.
Escribió más de cuarenta libros y más de quinientos artículos para diversas revistas, suplementos y semanarios de todo tipo, nacionales y extranjeros. Como periodista colaboró con los diarios más importantes de México, tales como: Novedades, El Día, Excélsior, Uno Más Uno, La Jornada, El Universal, Proceso.
Apoyó las luchas de las minorías (campesinos, indígenas, afro-mexicanos y también apoyó a las minorías sexuales). Su abierta posición a favor de la despenalización del aborto y en contra de la tauromaquia le generó muchos detractores, especialmente entre los círculos tradicionalistas y conservadores.
Fue un escritor que cultivó varios géneros literarios: cuento, fábula, aforismo, ensayo y crónica, género en el que se destacó con múltiples obras, hasta llegar a ser considerado como el “padre” de la crónica moderna mexicana. Sus innovaciones técnicas y creativas cambiaron la estructura del género de la crónica y ahora son seguidas por muchos ensayistas y cronistas, sin que haya sido superado en su capacidad crítica que desarrolla con humor ácido y peculiar estilo.
Su obra:
Sus crónicas, se recopilaron en varios libros, como Principios y potestades (1969); Días de guardar (1971), sobre los sucesos de Tlatelolco; Amor perdido (1976), sobre algunas figuras míticas del cine, la canción popular, el sindicalismo, los políticos y la burguesía; De qué se ríe el licenciado (1984); Entrada libre, crónicas de la sociedad que se organiza (1987); Escenas de pudor y liviandad (1988), sobre el mundo del espectáculo; y Los rituales del caos (1995), crónicas sobre la debacle ciudadana y política.
También escribió un texto narrativo, Nuevo catecismo para indios remisos (1982); además numerosas biografías, entre otras: sobre Frida Kahlo, Pedro Infante, María Izquierdo, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Octavio Paz y varias antologías: La poesía mexicana del siglo XX (1966), La poesía mexicana 1914-1979 (1979) y el ensayo Yo te bendigo, vida, sobre la vida (2002)y la obra de Amado Nervo.
Sus últimos libros en los años finales de su vida fueron: El Estado laico y sus malquerientes (2008), Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México (2009), Antología personal (2009), Apocalipstick (2009)
Entre los galardones que recibió se encuentran el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Mazatlán, el Premio Xavier Villaurrutia, el Premio Lya Kostakowsky, el Premio Anagrama de Ensayo por Aires de familia: Cultura y sociedad en América Latina, en 2000, y el Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo. Fue nombrado Doctor Honoris causa de varias universidades de México y Estados Unidos, incluyendo el doctorado de la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde estudió.
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LITERATURA
Género: Ensayo
Fragmento de la obra
CARLOS MONSIVÁIS
Género: Ensayo
Fragmento de la obra
CARLOS MONSIVÁIS
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NOTAS A PARTIR DE UNA BRILLANTE CAMPAÑA MILITAR
(Fragmento)
Este ensayo, publicado en la revista La Cultura en México, fue escrito por Carlos Monsiváis, con motivo de la invasión del ejército a la Ciudad Universitaria, quince días antes de ocurrir la masacre de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, el 2 de Octubre de 1968.
Este ensayo, publicado en la revista La Cultura en México, fue escrito por Carlos Monsiváis, con motivo de la invasión del ejército a la Ciudad Universitaria, quince días antes de ocurrir la masacre de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, el 2 de Octubre de 1968.
Mientras se arriaba la bandera a media asta cantaron el Himno Nacional. Con la V que emergía de todas las manos como signo inequívoco de fe en el Movimiento estudiantil, con la actitud segura, exacta, demoledora de quien sabe el valor y la trascendencia de la razón histórica y la certidumbre moral por sobre las contingencias castrenses, los estudiantes, los padres de familia, los maestros, los intelectuales arrestados durante la invasión de la Ciudad Universitaria, siguieron insistiendo, aun entonces, aun en el momento de sojuzgamiento y humillación, en la absoluta justicia de la causa.
Sabían que no se había perdido una batalla, porque, a diferencia de sus adversarios, no buscaban en los acontecimientos las pérdidas y ganancias de las campañas militares sino la creación, la definición, la vigorización de una conciencia social. Por primera vez en muchísimo tiempo, el país volvía a disponer de ciudadanos, volvía a contar con un espíritu nacional auténtico, no las proclamas y discursitos conque la vileza ha venido alimentando su megalomanía, sino el ánimo, el estilo renovadores de la solidaridad, de la creencia en el cambio, del afán nacional entendido como amor a la comunidad, no como amor al respeto ciego que una comunidad debe a sus gobernantes.
Muchas palabras –muertas, desvencijadas, demolidas– habían surgido y habían vuelto a vivir en esos días últimos y en ningún momento como ese, la noche del 18 de septiembre en la C.U., adquirían el relieve, la altura que varios sexenios de efusiones demagógicas habían erosionado hasta el punto de extinción. Pero advertir esa resurrección de una semántica cívica en el instante en que se trasformaba definitivamente el perfil estatal, podía ser una deformación de oficio. Había que dejar de sentir con nítida y corrosiva agudeza el sentido de los términos “solidaridad”, “generosidad”, “lucidez histórica”, para entender y fijar el contexto: un ejército empeñado en aumentar su poder a cambio de eliminar su prestigio; un estilo de gobierno que seguía confundiendo la ostentación de fuerza con el diálogo y la mudez gesticulante con el silencio de la autoridad; unos medios de comunicación que insistían en hacer equivalentes la transmisión parcial y deformada de noticias con la información crítica.
Las imágenes se acumulaban, en el desorden que genera una primera sensación de impotencia o de rabia inútil o de reflexión atropellada, y en esas imágenes lo mismo participaban los jóvenes victimados el 26 de julio pasado, que los empleados de la Universidad de Puebla linchados “porque iban a colocar la bandera rojinegra”, de igual modo intervenía el recuerdo espléndido de haber marchado en las manifestaciones hacia el Zócalo que la ominosa seguridad de que dado el caso, requerido el poder público de una elección perentoria, valía más un granadero que trescientos mil manifestantes.
Y no eran simplemente frases las acuñadas en esa revisión de los hechos que lleva de un pleito escolar a una rabieta municipal disfrazada de medidas de seguridad del Estado. Eran las sensaciones depositadas, difícilmente discernidas, incluso apenas entrevistas en ocasiones, que lo iban llevando a uno al reconocimiento magnífico de que por fin, después de muchos años de vaguedad, vida a medias, raquitismo vital, desesperanza profesional (esos años interrumpidos brevemente por estímulos formidables), de que por fin ese elemento tan extraño, tan desconocido por la burocracia que había hipotecado los residuos de la retórica de 1910, ese elemento mítico para las nuevas generaciones de mexicanos, la Historia, dejaba de ser concepto ajeno y abstracto para convertirse en una manera de ordenar, vivir, padecer, amar la realidad. Palabras sí, pero palabras que se erigían en el sentido profundo, en el desarrollo y la madurez potenciales del simple y banal “uno y mismo”; palabras que se divulgaron hermosamente al manifestar el 13 de agosto, el 27 de agosto, el 13 de septiembre, al evocar esa calle de Cinco de Mayo poblada de manos con la V, ese Paseo de la Reforma poseído por un silencio significativo que no había entendido de presiones y amenazas, y estaba allí para mostrar que también la ignominia del enemigo define la grandeza de una causa; palabras que iban estructurando en la memoria las brigadas políticas recorriendo y reviviendo la ciudad, los domingos en la C.U., oyendo la canción de protesta, de empecinamiento indomeñable de una generación que no salía a la calle para agradecer ni mendigar, que rechazaba una visión estulta y mohosa de la Historia para optar por otra, quizás borrosa, todavía entre neblinas, más ya orgánica, vital y radical.
El Movimiento Estudiantil había cumplido el mayor objetivo: esencializar el país, despojarlo de esas mendaces capas superfluas de pretensión y vanidad. El Movimiento nos había entregado el primer contacto, sórdido y deslumbrante, con una realidad política y social que desde el general Cárdenas había carecido de rostro y se había cubierto con una obsequiosa bruma sexenal. De algún modo imprecisable, pero no por ellos menos tajante, la corrupción y la inutilidad, la ineficacia y la momificación de la estructura del poder en todos los órdenes, se veían ahora más grotescas, más imposibles de justificación, más descaradamente anacrónicas. El Movimiento lo había descubierto: un gobierno no se construye jamás por acumulación de órdenes, por suma indiscriminada de poses fulmíneas. Y esa sabiduría política –mínima si se quiere, más ya esencial e inafectable– se acrecía y multiplicaba ante la vista de esas bayonetas que personalizaban una anonimia implacable, ante esos gritos lujuriosos de quienes veían en los estudiantes únicamente a los vencidos, para ser consecuentes con la idea de política como doma, amansamiento, puerilización colectiva.
La Invasión de C.U. ¿Podría interpretarse con un cínico y obvio sarcasmo, como la respuesta oficial a los Seis Puntos? 1. Más presos políticos. 2. Glorificación de las tácticas de Cueto, Mendiolea y Frías. 3. Desplazamiento del Cuerpo de Granaderos por convenir más al ejército. 4. Avivamiento del artículo 145 y 145 bis. 5. Creación de nuevas víctimas y 6. Exhibicionismo envanecido por la responsabilidad de los hechos. El general José Hernández Toledo, portador de la respuesta, se encargaría de crear en C.U. –y posiblemente en Zacatenco y los otros centros de enseñanza superior– el clima necesario para el feliz retorno a la normalidad académica. Los chistes comunes, el humorismo darwiniano a propósito de la represión, morían nonatos ante esa pesadilla que se repetía, se desdoblaba, insistía en su corporeidad, volvía a dar órdenes, iba llevando a los estudiantes hacia los camiones, les ordenaba alzar las manos, les exigía tirarse en el suelo, se vanagloriaba de la influencia que las armas tienen siempre sobre las víctimas.
Y luego al día siguiente, y esto puede ser anécdotas pero de miles de anécdotas similares se integra la historia nacional de la infamia, el día en que estas líneas se redactan, ver entrar a un restaurante cualquiera, el Vips de Insurgentes digamos, a un batallón del ejército con bayoneta calada, y mirar cómo detienen a los adolescentes desarmados y oír cómo alguien grita: “Pueblo de México: esa es la justicia que se te entrega” y repetir también, mecánicamente, con la última confianza en la ley y la Constitución y el destino de un país, repetir también el signo de la V, y captar entonces las profundas razones de la solidaridad, y de nuevo reiterar una noción: el Movimiento le ha devuelto a México la Historia, ha cambiado nuestra situación de seres marginales y ofendidos por otra condición, también terrible pero ya no marginal, definitivamente ya no extraña o ajena a los procesos que modifican de raíz la conducta privada y la social.
Y nada disminuye o amengua la decisión final y primigenia: “el predominio de la razón sobre la fuerza”. El cliché adquiere una vida poderosa si uno observa que se quiere ofrecer el terrorismo soez o el romanticismo a lo Sachka Yegulev como único recurso para el Movimiento. Pero en las trampas del poder sólo caen la ctm y la cnc. El Movimiento seguirá insistiendo en su derecho legal a protestar y a exigir el cambio de estructuras y, aunque lo vulneren y deterioren quienes debían supuestamente encarnarla, la Constitución de la República sigue siendo el máximo apoyo y la garantía de los estudiantes y el pueblo. El Movimiento Estudiantil (por ser justo) sigue siendo legal, nunca ha dejado de serlo: en ello radica su fuerza moral y su decisión política. Lo que no se quiere comprender en una larga secuela de pequeñeces políticas que ha incluido campañas de soborno, invención industrial de grupos esquiroles, atentados contra las escuelas y contra los automóviles de los manifestantes, y que ahora culmina con la intromisión militar en C.U., es una verdad evidente: el vigor del Movimiento no deriva de esos “seres oscuros” inventados por una mentalidad ramplona nutrida en James Bond y López Méndez; el vigor del Movimiento se engendró en la vasta, compleja, multánime situación del país y en la urgencia de transmutar estructuras válidas en la era de Plutarco Elías Calles, para otorgarnos el sistema contemporáneo de gobierno que necesitamos. Si mucho le debemos ya al Movimiento, hay otra lección más: una Universidad invadida jamás será señal de fortaleza sino de anemia política, será siempre una dolorosa confesión de ineptitud.
El camino es evidente: defender a la Universidad, revivir su asesinada Autonomía, defender la cultura de México, el clima vital que toda cultura requiere, es la mayor, la más alta tarea de una generación.
Ciudad de México, septiembre 18 de 1968
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ENLACES RELACIONADOS:
http://fundacioncult.blogspot.com/2010/07/cuentos.html
http://fundacioncult.blogspot.com/2010/11/literatura-poesia-homero-aridjis-y_9154.html
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